Enrique Encizo Rivera
El Salto, Jalisco
Dicen que la historia la escriben o la cuentan los vencedores. En este bendito día trataremos de contarla los vencidos. Los eruditos nos han enseñado la historia a través de líneas de tiempo, como la Guerra de Conquista, la de Independencia, la Revolución de 1910 a 1920, la de 1927 a los años treinta o Guerra Cristera. Así la desarrollan, de guerra en guerra intercaladas con perfiles de grandes hombres: Colón, Cortés, Hidalgo, Madero, Villa y muchos otros.
Los antiguos Cocas, Tecuexes, Otomies, Nahuas, y muchos más, tenían otras nociones de la historia. Las culturas indígenas asumían que el estado natural de los pueblos eran los periodos de paz, por lo que las guerras no pueden ser el punto a contar.
La historia nativa se contaba por épocas o ciclos, donde se hacía notar cómo la gente con el conocimiento y la cohesión lograba la supervivencia de la comunidad. Los antiguos pueblos eran comunitarios. Lo que contaban eran los eventos centrales importantes de cualquier época y cómo les fue a todos los pobladores, no cómo un gran tlatoani se distinguió por ejercer el poder sobre los demás. Cada nación tenía su propio lugar geográfico, su territorio, al que estaban ligadas sus historias. Los ríos que la atravesaban, el clima, las plantas, los animales, los montes, la gente: todo lo veían en términos de sus conexiones espirituales con su lugar. Así, por ejemplo, el río donde adoran a Tolo, “El Dios Torcido”, de este modo conocían o nombraban a nuestro vecino, el pueblo de Tololotlán; el Cerro del Papantón, que significa lugar de mariposas, y ni más ni menos, nuestro río Santiago llamado el Chicnahuapan, que algunos traducen como “potencia de nueve ríos” y otros como el “río infernal” en honor al Mictlán, el país de los muertos de los Nahuatlacas.
No existían las biografías. Las historias hablaban de los pueblos, ningún individuo era el actor. Tenían muchos historiadores, así que una historia se contaba de muchas formas; incluso los relatos sagrados, sin dejar de ser todas correctas. Respetaban el punto de vista de todos; por eso una historia tenía muchas historias, buscaban la armonía, no disputas agrias.
Los ancianos, los miembros más antiguos, eran respetados y ellos eran los contadores de historias, ellos elegían a quien contar. Los jóvenes les pedían con gran respeto y humildad que les platicaran qué habían encontrado y escuchado en sus viajes a lo largo de su vida. Estos escuchaban con atención, sin retorcerse en la silla o mirando escondidas el celular, como lo hacemos nosotros. Al final agradecían.
En fin, los cuentos o historias ancestrales deben ser vistos como un vínculo necesario con nuestros antepasados, aquellos que nos quitaron las piedras del camino y los que se equivocaron dándonos lecciones para el presente. La historia nos recuerda a los espíritus que influyeron y supervisan nuestra historia. Es la oportunidad para los relatos que buscan la verdad porque si estos desaparecen, también nuestros pueblos dejarán de existir.